Capítulo 31: La huida

—¿A dónde vamos?
—A un lugar seguro. Donde no haya teléfono, ni gente. Nada.
—¿Perdona?
—A la montaña.
—¿Y qué coño vamos a hacer en la montaña?
—Nada. No hay opción. Ningún sitio es seguro. No debemos tener contacto con nada ni con nadie. Que nadie sepa que estamos allí. Que no deje rastro.
—¿Y tú?
—¿Cómo?
—¿Y tú, qué? ¿Cómo puedo confiar en ti? ¿Cómo puedo saber que no eres de los malos? ¡¿O que eres un puto marciano?!
—Yo estoy aquí para protegerte. Es mi misión. Estoy aquí sólo para eso.
—Ya. ¿Y yo cómo lo sé?
—Te lo estoy diciendo.
—¿Y cómo sé que no me mientes?
—Yo nunca miento.
—¿Y cómo sé yo eso?
—Porque yo nunca miento.
—Ya...
—Duerme. El viaje va a ser largo. Y no voy a parar.
—Vale. ¡Pues buenas noches, Alberto!
—Buenas noches, Ana.

Ana tarda apenas cinco minutos en dormirse. Con los brazos cruzados sobre el estómago y la cabeza apoyada en el cinturón de seguridad. Así, dormida. Así, tan cerca. Así, tan solos.

Permita que me presente. Soy Alberto. Pero no uno de los Albertos que usted conoce. Ni el periodista de 2012 que se ha hecho famoso gracias a un artículo que no ha escrito, ni el terrorista transtemporal que ha participado en la muerte de Artur Mas en el año 2112. Hasta hace muy poco era el Alberto que estudia periodismo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, el que está enamorado de Ana, el adolescente. Pero ahora ya no lo soy. Me visitó un tipo con gafas que me contó todo el rollo de los viajes en el tiempo, el fin del mundo y los marcianos. No lo creí, claro. Hasta que me puso un teléfono en la oreja y de repente estaba en el año 2012. En fin, ya no podía no creerle. Me colaron en la redacción de El Imparcial. Sí, fui yo el becario que escribió el artículo sobre Puche. No fue difícil; me dijeron lo que tenía que escribir, todos los pasos que tenía que dar. El tipo con gafas me visitó un par de veces más. Me explicó cuál era mi misión aquí y yo le pregunté cuándo podría recuperar mi vida, la de estudiante. Me dijo que nunca. Al principio no lo quise aceptar, la verdad. Pero no tarde en entender que eso de “mi vida” es un poco relativo. Porque en realidad yo también soy el Alberto que se hace famoso y el que participa en la muerte de Artur Mas. ¿Porque, cuántos Albertos puede haber?

Soy muy fan de Regreso al Futuro, Atrapado en el tiempo y todo eso de los viajes. Y, bueno, no paraba de hacerme preguntas. No me cuadraba nada. El tipo con gafas me explicó cómo funciona la cosa. La máquina del tiempo no es en realidad una máquina. La gente la llama así para hacerlo más familiar, pero en realidad es algo más complicado. Te ponen un teléfono en la oreja, un teléfono normal y corriente, oyes un pitido ensordecedor y te despiertas en otro momento y también en otro lugar. Se ve que hay un montón de gente coordinada para que el viaje salga bien, para que aparezcas en el momento y en el sitio indicados. Hay una Agencia, incluso. Le pregunté al tipo de gafas cómo iban a solucionar el hueco que había dejado en el pasado y me explicó que ya estaba arreglado. Habían vuelto a viajar atrás, un poco más al pasado de mi pasado, y habían hecho avanzar a otro Alberto unos meses en el tiempo, pero sin que él lo supiera y sólo lo justo para ocupar mi lugar sin que se diera cuenta. “El tiempo pasa volando cuando eres joven”, dijo el tipo ese.

Yo le dije que no me lo creía, que cómo no me iba a dar cuenta de que había desaparecido unos meses, que eso se tiene que notar. El tipo al final reculó y reconoció que los viajes en el tiempo aún no son muy precisos. Que han conseguido clavar lo del lugar, pero no lo del tiempo. Por eso hubo unos meses de diferencia entre mi desaparición y la aparición de mi substituto. Así que le borraron la memoria a mi otro yo. Se ve que lo pueden hacer de manera selectiva, como en esa peli de Will Smith que triunfa ahora, Men in Black. Bueno, que triunfaba al menos en 1997. Evidentemente no me hizo mucha gracia, pero, en fin, ya estaba hecho. Y además, sólo tuve que reflexionar un poco para darme cuenta de que las cosas seguían sin encajar. Si habían hecho desaparecer a un Alberto anterior a mí para ocupar mi lugar, ¿quién había ocupado el lugar de ese Alberto? Me dijo:

—Bueno, mira... De todas formas ya habíamos pensado en erradicar esa línea temporal. Unos tipos de Hollywood nos iban a robar la idea de los teléfonos. ¿Has oído hablar de Matrix?
—No.
—Eso es buena señal.

Ana se desvela ligeramente y adopta una nueva posición. Apoya la cabeza sobre el asiento, ahora cerca de mí; sus labios cerca de mí, su pelo cerca de mí. Observo su respiración, como se mueven las aletas de su nariz blanca, y sus pechos al compás. Imagino un mundo de posibilidades.

—Te quiero, Ana.

En la radio suena What of me, de Tresspassers William. Es primavera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario