Capítulo 38: Hay más fotos

Una hora después, nos reunimos Artur Mas y yo en una pequeña sala. La puerta está custodiada por un tipo trajeado.

—Perdona, ¿me puedes conseguir una aspirina?
—Sí, señor.
—Gracias.

Hay una mesa cuadrada de madera de la buena, cuatro sillas también buenas, un televisor de tubo, un reproductor de VHS y una nevera pequeña. La estancia no es muy amplia, pero luce una gran lámpara de araña colgando del techo y elegantes paredes forradas con madera también de la buena. No hay ninguna ventana.

—Buenas noches, Alberto.
—Buenas noches, señor Mas.
—Puedes llamarme Artur, Alberto.
—Claro...
—Felicidades por el artículo.
—Gracias, señor Mas. Felicidades por la victoria.
—Artur, Alberto. Artur...
—Claro, Artur.
—Bueno, Alberto. Creo que tienes una fotografía. ¿Me la dejas ver?
—No sé exactamente a qué se refiere...
—Venga, Alberto. La foto. La única foto posible. Lo sabes.

Mas se lleva la mano al bolsillo interior de la chaqueta de su traje y saca a la luz una foto. La deja sobre la mesa. En la foto aparece él muerto, en el suelo, sobre un charco de sangre, junto a copas de cava, zapatos y pétalos de flor.

—Joder...
—Sí...
—¿Y eso?
—No sé. Estamos en ello. ¿Qué tienes tú?

Le enseño mi foto, que en realidad es mucho menos interesante que la suya.

—Ya veo.
—¿Si? ¿Qué ve?
—Bueno, es una forma de hablar... Veo que es inminente.
—¿El qué?
—Lo que sea. Aquí, en tu foto, pone: ¡FELIZ 2014!
—¿Quieres decir que las dos fotos...?
—Hay más fotos. Todas parecen pertenecer al mismo momento. No me refiero al mismo momento exacto. Pero sí más o menos. Hay detalles que lo confirman.
—¿Y qué se ve en las otras fotos?
—Cosas. Nada especialmente interesante en sí mismo.
—Y...
—¿Y?
—¿Y de qué va esto?
—No lo sé. No lo sabemos.
—¿Quiénes?
—Hay más fotos, como te he dicho. Algunas personas estamos trabajando conjuntamente. Creo que ya conoces a Paco Puche. Él también tiene una foto.
—¿Y qué aparece en su foto?
—Salé él lamiéndole los pezones a un hombre desnudo.
—Toc, toc.

Llaman a la puerta.

—¿Si?

Es el tipo trajeado.

—Su aspirina...
—Ah, gracias.
—Señor, Mas. Tiene una llamada.

Le pasa un teléfono. Un teléfono antiguo, de esos de concha, con un cable larguísimo.

—¿Si?... Ah, sí.. Sí, sí, dime... ¿Cómo? Ya veo... ya... Comprendo... Joder... ¿Y la foto?... Bien, bien. Que la traigan... Bien, gracias.

Mas cuelga. Le ha cambiado el gesto. Ahora está como decepcionado, y también enfadado; como si le hubieran dado una mala noticia, como si no fuéramos nadie.

—Oye, Alberto... ¿Antonio Carril y tú estabais muy unidos?

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