Capítulo 20: Yo ya he estado aquí

Son las nueve de la noche del 25 de noviembre de 2012. Hace una hora que se han cerrado los colegios electorales en Cataluña. Con el 95% escrutado, Artur Mas arrasa y consigue la mayoría absoluta.

—Llega tarde.
—¿Perdone?
—Llega tarde. Habíamos quedado a las ocho.
—Sí, lo siento. Verá, un amigo...
—Sí, lo sabemos.
—¿Lo saben?
—Sí, lo sabemos. Pase. Le esperan. Llega tarde.

Un tipo trajeado me abre la puerta de la sede central de Convergència i Unió en Cataluña, Barcelona, calle Còrsega, número 331. Antes, fuera, he tenido que abrirme paso entre cientos, miles, de simpatizantes exaltados, con banderas, pancartas y altavoces. Ahora, dentro, me abro paso entre decenas, cientos, de militantes que celebran con alegría la victoria de Convergència.

Y aparece Mas.

¿Conoce la sensación del déjà vu, verdad? Yo ya he estado aquí, en sueños, quizás. Rodeado de abuelos con corbata, abuelas con pieles y jóvenes con jerséis y esteladas en pleno desenfreno. Se escuchan vítores, las banderas ondean, la música es estridente y la luz, cegadora. Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya, tras un atril, alza los brazos hacia el cielo y abraza a toda esta gente con un gesto simbólico. A mí también, y siento calor.

—Perdone...
—¿Si?
—Abajo. Le esperan abajo. Llega tarde.
—Sí, ya...

Otro tipo trajeado me indica el camino señalando una pequeña puerta metálica. No tiene tirador, ni pomo, ni cerradura, ni ningún mecanismo de apertura aparente. No hace falta. La puerta se abre sola. Asoma otro tipo trajeado.

—Pase. Le esperan.
—Ya, llego tarde.
—Adelante.
—¿Hacia dónde?
—Hacia delante. No pare hasta encontrar otra puerta como esta.
—Vale.

Así que ando. Hacia delante. La voz de la gente, los gritos y lo cánticos son cada vez más débiles. Y este pasillo es cada vez más oscuro, frío y húmedo. Las paredes de mármol han dejado paso al ladrillo, y ahora a la piedra. Avanzo por un corredor que parece construido hace cientos de años. Aquí entra muy poca luz, y la poca que entra lo hace a través de unas claraboyas no sé cuántos metros por encima de mi cabeza. No hay referencia ni perspectiva en esta oscuridad. Unas viejas antorchas apagadas cuelgan la pared y la piedra se ha ennegrecido a su alrededor. Alumbro el camino con la pantalla del móvil y empiezo a pensar que todo esto no puede ser, o que voy a morir.

Ando, y llevo ya, no sé, diez minutos andando. Ya no oigo nada, ni siquiera el ruido de los coches en la calle o del metro bajo tierra. Sólo un goteo persistente y el silbido de una débil corriente de aire. Hace años, de pequeño, tenía varios sueños recurrentes en los que avanzaba infinitamente y nunca llegaba a ningún sitio. A veces andando por la calle, a veces subiendo una escalera. Pero siempre avanzaba sin llegar a ningún sitio. Un día, en uno de esos sueños, tomé conciencia y decidí dar media vuelta. ¿Qué pasó? Que anduve infinitamente en dirección contraria.

Finalmente, después de una media hora, llego a una puerta, metálica, vieja, oxidada. Hay una placa. Pone: PUERTA AL SÓTANO.

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