Capítulo 11: El asesinato de Artur Mas a manos del cobarde Pedro Bolívar

La sala de prensa del Palacio de la Generalitat está abarrotada, y no puedo decir que como nunca porque muchas otras veces ha estado así. Sobre todo durante los últimos cien años, Cataluña ha estado en el ojo del huracán mediático. Decenas de periodistas, políticos, hombres de confianza, policías y militares esperan a que haga su aparición el hombre del momento, Artur Mas. El Artur Mas del año 2112 y no otro. Miles de personas aguardan ante las pantallas gigantes que se han habilitado en las principales capitales catalanas. Millones de personas, en sus casas, prestan atención al televisor. Usted puede pensar ahora que se me ha escapado la trama de las manos, como a Cervantes con lo de Rucio. Que Mas no puede tener más de cien años, vaya. Y no, no los tiene. Tiene ochenta y nueve. En el 2043 se descubrió el secreto de la eterna juventud y se sintetizó en un elixir, de color rosa y sabor a guayaba. A Mas le pilló un poco tarde, la verdad. Está tuerto, manco y cojea. Toda su dentadura es postiza y su pelo, implantado. Su espalda traza una línea paralela con el suelo y no es nadie sin su bastón ni su enfermera sexy que le administra regularmente una cantidad de medicamentos seguramente ilegal, además de prohibitiva. No se puede quejar del todo; ha sobrevivido a una decena de atentados en los últimos veinte años. Y sólo unos poco han tenido acceso al elixir. En 2047 fue prohibido. Difícilmente podrá encontrarlo ni siquiera en el mercado negro. Y dé gracias a ello, porque sino esto hubiera sido un despiporre.

Artur Mas está a punto de desatar una guerra. Una guerra de las de verdad, hermanos contra hermanos, semanas trágicas. Desafiando a las decenas de tanques del ejercito español que rodean Plaza Cataluña y a los cientos de soldados apostados bajo la lluvia frente al palacio, a los aviones que sobrevuelan la ciudad condal y a una masa enfurecida. Desafiando a la comunidad internacional, a la UE, la OTAN, la UTPT y  la LDVOP. Desafiando a los Estados Unidos de América. Desafiando a Dios. Porque sabe que tiene las de ganar, sabe que él también tiene un ejército y una masa, pero además tiene un as bajo la manga. Y lo sé porque ya ha sucedido.

Lo que él no sabe es que está a punto de desencadenar el fin del mundo. Dentro de unos ochenta años el planeta Tierra será inhabitable. Lo de Hiroshima parecerá una broma. Así que estamos aquí para impedirlo. Puche, Mas, Morrison, Vonnegut, Bolívar y yo. Podríamos haber elegido otro momento de la historia, pero aquí y ahora vamos a matar dos pájaros de un tiro.

Acompaño a Pedro Bolívar por el subsuelo del palacio, entre pasadizos secretos y alcantarillas. A Bolívar le tiembla todo el cuerpo; le tiemblan las piernas y le tiembla la mano que sostiene el revolver con el que va a matar a Artur Mas. Se asusta cada vez que la tormenta de ahí fuera hace temblar las tuberías de este monstruo de piedra. Nos ha costado mucho convercerle y, siendo sincero, no sé si lo hemos conseguido del todo. Sé que, como mínimo, alberga aún una duda razonable. Pero eso estoy aquí, para darle el empujón final.

Nos acercamos al murmullo de los periodistas y demás chusma. Bromas y risas; no se toman nada en serio. Vemos lo que sucede en la sala a través de unas rejillas de ventilación; el revuelo, los nervios, el teléfono rojo a punto de sonar.

—¿Saldremos de esta?
—Sé que saldremos de esta.

Y Artur Mas aparece en escena, con sus achaques y su enfermera sexy. Comienza un fusilamiento de flashes, voces y aplausos. Mas llega hasta el atril, se aferra a él, mira lo que ha conseguido y hace balance. Alzaría las manos si pudiera hacerlo, si pudiera soltar ese bastón. Pero no puede, así que sólo se lo imagina. Revive momentos de grandeza y casi llora. No lo hace porque el ojo que le queda no tiene lagrimal.

La cosa se calma y tras unas toses comienza el discurso. Bla, bla, bla.

Bolívar suda como un reo en el corredor de la muerte. Acuclillado en este agujero húmedo, temblando, no parece el mártir que va a salvar el mundo de su completa aniquilación. Sus manos parecen esponjas y no sé ni siquiera si será capaz de sostener el arma. Ni siquiera de sostenerse en pie. Mas dice: “Aunque supiera que mañana el mundo fuera a desmoronarse, plantaría hoy mi manzano”. Es la señal. Bolívar me echa una mirada patética. Yo le digo, casi en un susurro:

—¡Venga! !Con dos cojones!

Y me doy un agarrón de huevos en un intento de comunión masculina, muy impropio de mí. Pero funciona. Bolívar se enciende y atraviesa la trampilla que comunica con las bambalinas de la sala. Separa un espeso cortinaje y encañona a Artur Mas por la nuca. Tiene tres segundos para disparar antes de que los guardaespaldas del presidente se le echen encima. Pero esos tres segundos parecen un día sin pan.

—¡¡Venga, hijo de la gran puta!!

Y Bolívar dispara, sin más, sin decir nada, sin ningún grito revolucionario, sin frases lapidarias. Había ensayado este momento, había repasado sus películas favoritas y había decidido que justo antes de disparar diría: “Sayonara, baby”. Pero en el momento de la verdad sólo ha habido silencio, y después el trueno del disparo y el sonido de la cabeza de Mas estallando en mil pedazos. Pedro Bolívar muere acribillado a balazos, con mucha sangre, a lo Tarantino.

El plan no acaba ahí. Mientras yo regreso al punto de reunión a través del subsuelo del palacio, Morrison aprovecha el revuelo que reina en la sala para colarse entre el servicio de seguridad y acercarse al presidente muerto. Entre gritos, carreras y vísceras, no lo resulta difícil acercarse a Mas y hacerse con lo que lleva en el bolsillo, su arma secreta, su as bajo la manga. También tiene tiempo para pedirle el teléfono a la enfermera sexy.

Rehago el camino de ida y me siento como Eastwood en Fuga de Alcatraz. En serio, tierra mojada, frío y ratas. Revivo algunas películas de juventud: Cadena Perpetua, Sleepers y Escape de Absolom .En el año 2014 yo tendré una hija. Le intentaré explicar porqué me gustan estas películas, qué las hace tan especiales. Y ella se sentirá como me sentía yo cuándo mi padre me ponía sus viejas pelis de John Wayne.

En una vieja placa llena de óxido ya casi no se puede leer PUERTA AL SÓTANO. Doy tres golpecitos y Vonnegut me abre la puerta con cara de preocupación. Me indica que guarde silencio. Al fondo de la sala, acuclillado en una esquina y tapándose la oreja izquierda para oír mejor, Mas, el Mas de 2012, habla con nuestro contacto al otro lado. Al otro lado es dentro de cinco mil años. La cobertura no es muy buena y el sonido llega muy débil a través del walkie-talkie. Es un poco complicado de explicar, pero utilizamos este trasto porque con los móviles es imposible llamar a través del tiempo.

Mas dice aquello de “corto y cierro”, se incorpora y pone cara de cabreo. Estrella el walkie contra la pared y le grita al tipo con gafas:

—¡¿Quién coño dijo que si lo matábamos él nunca nacería!?

Se refiere a Bolívar, la cabeza de turco de todo este tinglado, y un intento desesperado y amoral de evitar el nacimiento de Ludwing Li Li Bolívar y el descubrimiento de la máquina del tiempo.

Llaman a la puerta. Tres golpes. Es Morrison:

—¡Tengo el hielo-nueve!

No hay comentarios:

Publicar un comentario