Capítulo 14: Lo doy todo en Razz

Borracho de éxito, cerveza y chupitos de bourbon; abrumado de felicitaciones y elogios, apabullado por ofertas de trabajo irrechazables y asediado por mensajes de exnovias que vuelven de la tumba; decido acabar la noche en Razzmatazz, Razz para los amigos, antiguo templo de la modernidad barcelonesa. Hoy he firmado un artículo que enmarcarán en las facultades de periodismo.

La cola para entrar da la vuelta a la manzana y aquí fuera hace frío. Poperos, emos, indies, góticos, pijos y estrellas locales en busca de algo para meterse por la nariz. Debo de tener cara de camello porque uno de ellos me pregunta si tengo “tema del bueno”. Yo le digo que no.

Porque me siento así, en una nube, afloran mis mitos cinematográficos. Me acerco al de seguridad con un pitillo apagado en la boca, las gafas de sol, y con toda esa gente clavándome la mirada en la nuca, como puñales. Con actitud, con seguridad. Y le enseño mi carnet de periodista al portero. Parece una broma, pero suele funcionar. Cada vez menos, eso sí.

Suenan a todo trapo los Foxigen, el aire es espeso y el azul oscuro casi negro lo envuelve todo. Sólo los neones iluminan con algo de rosa y verde estos cuerpos sudados en convulsión; adolescentes que se mueven como si el fin del mundo no estuviera cerca, o todo lo contrario. Muslos prietos, labios rojos, pestañas que tienen vida propia... Ah, dame algo de beber, que estoy totalmente on fire.

Le pido al primer barman que pasa por aquí un gin-tonic, y odio esta sensación de ir a la moda. Yo, que he sido de gin-tonic toda la vida, ahora resulta que estoy de moda. Y eso no es nada guay, no en un templo de la modernidad, aunque también esté de moda y seguramente ya no sea un templo, ni mucho menos de la modernidad. Puede incluso que la modernidad esté de moda.

Pongo cara de interesante un rato en la barra, me pego unos bailes cerca de la pista y acabo dándolo todo sobre una de las tarimas cuando el dj, en un ataque de nostalgia, pincha Gay Bar de Electric Six.

Los ataques de nostalgia no están muy bien vistos por aquí, así que al tercer estribillo ya me he quedado sólo sobre la tarima. Y me meo.

Me abro paso entre el gentío más por el tacto que por la vista; un muslo por aquí, una nalga por allá, un pisotón de vez en cuando. Y llego al lavabo y meo y está calentito. Tengo un par de minutos para pensar en el día de hoy, todo lo que ha pasado y lo que puedo esperar de ello; pero no llego a ninguna conclusión realista. Así que me subo la bragueta, doy media vuelta y me lavo las manos recordando la escena del lavabo de Reservoir Dogs. El tipo de al lado, un rocker muy pasado, tiene la vista clavada en su reflejo, como si no se reconociera o como si se hubiera enamorado de sí mismo. Detrás, dos chavales por los que no daría un duro hablan de “follarse a unas pavas”, y la verdad es que no lo tienen nada difícil echando un ojo al panorama. A través del espejo veo a las chicas, tan jóvenes, tan pasadas y tan salidas; tanto como los chicos. Un mundo divisiones y diferencias que cada día pierden un poco más el sentido, vestigios de otros tiempos. Recreándome en mis pensamientos, no me doy cuenta de que una de ellas se me acerca:

—¿Tienes fuego?
—No, no fumo.
—¿Y follas?

¿Porqué no se me ocurre nada ingenioso cuando realmente lo necesito?

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