Capítulo 58: Sábado, 06:30

El calabozo es un lugar igual de gris y triste que el resto de dependencias de la comisaria. No entra la luz natural y sólo un pequeño fluorescente ilumina esta celda de apenas cuatro metros cuadrados. Y parpadea insoportablemente y hace frío. Acurrucado sobre la cama, leo el tebeo de Superman. Va de unos marcianos que capturan al kryptoniano y le dicen que él los creó.

—¿Está bien o qué?

Una voz.

—¿Cómo?
—El tebeo, que si está bien o qué...
—¿Quién eres? ¿Dónde estás?
—Estoy aquí, en la celda de al lado. Te he visto entrar con el tebeo. ¿Está bien o qué?
—Bueno... Es una mierda en realidad.
—Ya... Es difícil hacer buenas historias de Superman.
—Sí, supongo...
—Quiero decir... ¿Cómo escribes una historia sobre un tipo que es el más poderoso del universo?
—No sé... Supongo que con una raza de superalienígenas...
—Ya, pero sigue siendo el tipo más poderoso del universo...
—Sí, quizás, no sé...
—¿Has leído el Superman de Grant Morrison, el  que dibujó Frank Quietly?
—No, no... Me temo que soy más de Spiderman...
—Ah, eres de esos...
—¿De “esos”?
—De esos a los que les gusta Sipiderman...
—Ah... Sí, supongo que sí...
—Pues tendrías que leerlo. Porque lo que te alimenta te destruye, tío. Lo que te alimenta te destruye...
—Ya...
—¡Señor González!

Es la voz de uno de los policías.

—¿Sí?
—Ya puede hacer esa llamada...

El poli me saca de la celda y yo, un poco por colegueo y un poco por curiosidad, me asomo a la de al lado para saludar a mi misterioso compañero. Pero la celda está vacía.

—¿Oye, en esta celda no había alguien?
—No.
—¿Y en las otras?
—No. Todas las celdas de esta zona están vacías. Aquí tiene el teléfono. Marque el cero.

Saco un trozo de servilleta arrugado del bolsillo trasero de mi pantalón. Ahí tengo apuntado el teléfono del señor Casals. Marco el cero y después el resto de los números.

—¿Señor Casals?
—¡¿Si?!

Hay jaleo de fondo, gritos y música, una fiesta loca. Imagino ríos de cava, mujeres desnudas, coca.

—¡Señor Casals, soy David, David González!
—¡¿Quién!?
—¡David!
—¡¿David!? ¡¿Por qué me llamas por teléfono!?
—¡Verá, lamento mucho no haber podido asistir a la convención! ¡Me hacía mucha ilusión, pero me ha surgido un contratiempo!
—¡¿Qué!? ¡¿Pero qué dices!? ¡Ja, ja, ja! ¡Si te tengo delante! ¡Ja, ja, ja! ¡Estos escritores!
—¿Cómo...? ¡¿Cómo dice?!
—¡Artur! ¡Artur, mira, ven, ven! ¡Ja, ja, ja! ¡Tengo a David al teléfono! ¡Ja, ja, ja! ¡Dice que lamenta no haber podido venir! ¡Ja, ja, ja!
—¡¿Oiga, oiga!? ¡¿Con quién habla!? ¡Le digo que estoy aquí!
—¡Ja, ja, ja! ¡Artur, hazle una foto! ¡Hazle una foto, Artur! ¡Ja, ja,ja!
—¡Oiga! ¡Escúcheme!
—¡David! ¡David! ¡Mira al pajarito! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Envíasela, Artur, envíasela!
—¡Oiga, que le digo que...!

Pero ha colgado. Yo le grito al policía:

—¡Mi móvil! ¡Necesito mi móvil!
—No, sé si...
—¡Joder! ¡Dame el puto móvil! ¡Ni siquiera estoy detenido!

El agente me lleva a recepción y le indica a un compañero que saque mis cosas. Las deja sobre el mostrador y yo agarro el móvil como se agarra una cantimplora en el desierto, la última talla M en las rebajas, el brazo de una madre el día de tu primer baño. Tengo un  whatssapp. Es de un número que no reconozco. Lo abro. El  whatssapp me lo envía Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Catalunya. Y el mensaje es una foto. No hay ningún texto, sólo una foto, y en a la foto aparezco yo mi mismo en un lugar en el que no estoy, con una gente a la que nunca he visto. Todo es muy lujoso y de color beige, y al fondo aparece una gran pancarta en la que se puede leer: ¡FELIZ 2014!

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