—Que mona es. No parece hija tuya.
—Ya. Eso dicen.
—¿Y la madre?
—¿Cómo?
—La madre. ¿Quién es la madre?
Y de repente me coge algo en el pecho y un mal cuerpo, como cientos de anzuelos clavándose en mi corazón y tirando de él, como cemento en vena. Las manos se me ponen lilas y me cuesta respirar, y mi cerebro patalea y quiere salir de mi cabeza. Los colores se separan y todo es una de esas viejas pelis en 3D. Me veo a mí mismo desde fuera de mí mismo, como se ve la gente en Ghost al morir. Y, sí, siento que muero y que dejo de ser yo. Y mientras el tribunal de la Eternidad pone en duda mi propia existencia, me pregunto no sólo quién es la madre de Claudia, sino también cómo es posible que nunca antes me lo hubiera preguntado.
La solución es sencilla: No puede ser. Y además, es imposible.
Entonces tomo conciencia de lo que sucede: las máscaras de oxígeno han saltado, un motor del avión está en llamas, hay un agujero en el fuselaje y la cabina se está despresurizando. Miro por la ventana y no hay cielo, ni mar, ni nada. Sólo un blanco nuclear que no ciega y lo ensordece todo. A mi lado, Lola ya no está, y Claudia me mira como mira alguien que no tiene miedo. Mueve la boca, parece que va a decir algo, sus primeras palabras:
—Todo es verdad.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario