Capítulo 7: Esto no es una salida

Me tomo un café en el bar de la esquina, ensoñando con el pasado, eludiendo responsabilidades. Es un local de gente bien, sin grasa en las paredes ni chorizo enmohecido en la alacena. Huele a sabores del mundo, a crema, a capuchinos con nata. Una tipas estiradas hablan de maridos tristes y amantes fornidos. Hombres trajeados negocian con falsas esperanzas. Parejas jóvenes trafican con sueños. El hilo musical resulta insultantemente mainstream y mi café está frío, pero me da igual, porque aquí van sobrados de calefacción, porque ya casi todo me da igual. Y este calor, estas chaquetas colgando de la sillas y estas camisas arremangadas contrastan con la luz fría de más allá de las ventanas, con los abrigos y los guantes que corretean calle arriba, calle abajo. Con un perro tiritando, un niño y su pistola, una embarazada que dibuja una exhalación en el aire. Me pregunto si lo que veo tras los cristales existe realmente, si está en el mismo plano espacio-temporal que yo, si no es una pantalla, un holograma, una visión de un tiempo paralelo, o del invierno pasado, o del que viene. Y algo me empuja a levantarme y comprobarlo, algo realmente intenso dentro de mí. Algo que me parece divino, limpio y recto. Y sea lo que sea, me dice que me beba el café de un trago, que deje un par de euros sobre la mesa, que me levante y que camine hacia esa puerta, que la atraviese, que regrese al futuro.

Suena el móvil. Es Martínez, el jefe de redacción. El hijoputa a partir de ahora.

—¿Diga?
—Alberto. Soy Rodrigo.
—Dime.
—Oye, Claudia ha muerto. Un accidente...
—Oh, vaya... ¿Quién es Claudia?
—Claudia, la chica de política...
—No sé, no...
—Bueno, es igual. Claudia estaba siguiendo la campaña de Artur Mas. Esta noche da su último mitin de campaña. Tienes que ir tú.
—¿Yo?
—Sí. No hay otra.
—Pero el artículo sobre Puche...
—No te preocupes. Un becario ya ha cogido tu grabadora. Él se encarga de transcribir la entrevista.
—Pero...
—No te preocupes. Tú céntrate en lo de Mas.
—Ya, pero, me gustaría darle unas indicaciones al becario...
—Oye, no me jodas. Es tu última oportunidad. No la cagues.

Por si usted no está al corriente, y sin ánimo de profundizar, contextualizo: Cataluña celebra este domingo unas elecciones para elegir al presidente de su gobierno autonómico. Son unos comicios anticipados, impulsados por una serie de acontecimientos de tediosa explicación que han culminado en el exaltamiento de la identidad nacional del pueblo catalán. Los medios de comunicación, en connivencia con la clase política, estamos vendiendo una mentira: que este domingo se decide el futuro de Cataluña, su independencia y su derecho como pueblo a autodeterminarse. Mas, premeditada o accidentalmente, se ha convertido en la cabeza visible, o quizás de turco, de todo este proceso. ¿Porqué vendemos esta mentira? Para vender más periódicos. ¿La gente se traga esta mentira? No lo sé. Sinceramente, creo que hace demasiado tiempo que he perdido la perspectiva necesaria para hablar en boca de “la gente”. Pero volvamos a la cafetería. El hijoputa acaba de colgar el teléfono:

Contemplo desde este calor tropical lo que hay más allá de la puerta de cristal. La luz, los abrigos, los guantes... Lo hago desde este café de cinco estrellas en el que todo el mundo actúa como si el fin del mundo fuera una invención de los telediarios. Quiero sentir ese frío de invierno y no puedo. Quiero oír el ruido de esa calle y no puedo. Quiero ser ese perro atado a la farola, ese niño que juega a indios y vaqueros, esa madre embarazada haciendo un cigarrito furtivo. Pero no puedo, no puedo ni siquiera imaginar qué les pasa por la cabeza, creo que no podría ni tocarles si lo intentara. ¿Estoy aquí? ¿Estoy muerto? ¿Es esta puerta una salida?

La cruzo, y el frío me come.

—¡Perdone! Perdone, caballero.
—¿Si?
—Me puede decir qué día es hoy.
—Es 23 de noviembre.
—¿De qué año?
—De... de 2012...
—Claro...

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