Capítulo 44: En la otra casa

Y tras ese agudísimo pitido la cabeza me quiere estallar; en parte por un dolor repentino y punzante, en parte porque es incapaz de procesar qué hago aquí, en una cocina, en una cabaña en medio del bosque, mientras un tipo que soy yo de joven le da un sorbo a su té pensando en que jamás imaginó que sus sueños húmedos de juventud acabarían cumpliéndose. ¿Qué cómo sé lo que piensa? Es una buena pregunta.

Creo que me vuelvo loco, que pierdo el control. Me veo desde fuera, como en un sueño en tercera persona, golpeando las paredes, lanzando vasos y platos al suelo, rompiendo cristales con la cabeza. El otro intenta aplacarme, calmarme, contenerme. Me dice algo, me grita cosas casi al oído, pero yo no las oigo porque no oigo nada, porque esta escena no tiene sonido. Me siento un poco como Lobezno en pleno ataque de furia.

Entonces, mientras me revuelco por el suelo, mientras caen cosas de la alacena, mientras forcejeo con mi propia adolescencia, veo como Ana atraviesa la puerta de esta cocina. Dejo de patalear.

Ana se acerca.

Ana se arrodilla junto a mí, mientras mi otro yo me retiene en el suelo con una rodilla sobre el pecho.

Ana me toca, sus manos recorren mis brazos. Mi cuello. Mi cara. Mi frente. Mi boca.

Ana acerca su cara a la mía, sus labios a los míos, y me besa, como se besa en las películas, como George Peppard y Audrey Hepburn, como Patrick Swayze y Demi Moore, como di Caprio y Kate Winslet.

El beso dura de aquí a la eternidad.

Y mientras dura, veo de reojo a mi yo adolescente, que contempla con cara de abandono una escena que no puede ser, pero que es. Una pena patética se me clava detrás del corazón al reparar en sus ojos acuosos a punto de estallar, en el tembleque de sus labios; al sentir que su corazón se quema, se seca, se rompe en mil pedazos. Acerco mi mano a la de mi otro yo, se la agarro y lentamente la pongo sobre la espalda de Ana. Noto como a ella le recorre un escalofrío eléctrico que chisporrotea en nuestras bocas. Y con la mirada le digo al joven que sí, que adelante, que qué diablos. Y ese joven universitario, tímido y novato en la vida, saca fuerzas de todo lo que yo sé y todo lo que le puedo dar y comienza a acariciar a Ana, y desliza su mano sobre la espalda de Ana, y la mate bajo la camiseta de Ana, y después bajo el pantalón de Ana y finalmente bajo las bragas de Ana.

Sabemos que es lo que tiene que ser, que no puede ser de otra manera, que así está bien y que tenemos que hacerlo porque no podemos dejar de hacerlo. Y mientras hacemos el amor como nunca antes nadie imaginó que se podría llegar a hacer, lo recuerdo todo, lo comprendo todo, lo veo todo como si estuviera pasando, hubiera pasado y fuera a pasar.

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