Capítulo 2: Sigue la línea

¿No le sucede que, de vuelta a casa, en metro, bus o incluso conduciendo, llega a su destino sin apenas darse cuenta? ¿No le parece a veces que ha habido una elipsis en el trayecto? ¿No se pregunta alguna vez por una estación, un cartel publicitario o una gasolinera que ha echado de menos? ¿Han cancelado la parada, han retirado la publicidad, han cerrado el área de servicio?

Conduzco hacia la redacción con la cabeza en otra cosa. Hoy no pienso ni en la máquina de fichar, ni en el capullo del redactor jefe, ni siquiera en las mentiras que voy a escuchar y que, seguramente, voy a acabar escribiendo. Hoy mi cabeza está ocupada con esa foto; escudriñándola píxel a píxel, interpretando todos los signos, buscando pistas, detectando errores, fallos, indicios de algún tipo de huella informática. Porque no puede ser, y además es imposible.

Conduzco hacia la redacción y no sé qué hay más allá, ni a la izquierda ni a la derecha, de esta línea blanca pintada sobre el asfalto. Es mi guía, mi camino, mi línea de boyas en este océano de coches. Cada mañana sigo esta puta raya blanca. Sobre ella me siento seguro, como en una casa de parchís. Y su vaivén hipnótico me impide desviarme de este día a día que va de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Ya en la redacción, sigo algunas rutinas: ficho, le doy los buenos días al conserje, saludo a algunos colegas (en el sentido corporativo del término), saco un café de la máquina, ofrezco algunas sonrisas afectadas, enciendo mi ordenador, consulto las previsiones, la agenda de actos y bla, bla, bla... Tengo una idea entonces.

—Oye, Juan...
—¿Si?
—¿Si te paso una foto, le puedes echar un ojo?
—Sí, supongo. ¿Qué es?
—Una foto de una fiesta. Necesito saber si está retocada.
—Envíamela. Luego me la miro. Ahora estoy con las fotos de la entrevista a Artur Mas.
—¿Cómo ha ido?
—¿La entrevista? No sé. Como siempre. Yo sólo hago fotos.
—Ya. Pues ahora mismo te la envío.

Y se la envío. Tengo un e-mail del jefe de redacción con algunas indicaciones sobre el artículo de hoy. Paco Puche, poeta, visita Barcelona para promocionar su último libro, Poemario del fin del mundo. Ni soy periodista cultural, ni me interesa la poesía, pero después de sobrevivir a un par de expedientes de regulación de empleo uno acaba adaptándose a casi cualquier cosa. Las indicaciones: que le trate bien y que su libro salga bien parado. Vamos, ese tipo de tráfico de influencias, sobornos, confraternidades y peloteo en general tan común desde que el periodismo murió. Eso fue a principios de los 90.

La posdata del e-mail dice: SIGUE LA LÍNEA EDITORIAL.

No hay comentarios:

Publicar un comentario