Capítulo 9: Desayuno con cruasanes (incluye flashbacks)

Desayuno un vaso de leche fría y un cruasán caducado. Yo he hecho cruasanes, no crea que me he dedicado siempre a esto del periodismo. Mi primera experiencia laboral fue en una cadena de producción de bollería industrial. Cruasanes, ensaimadas y magdalenas, principalmente. No era nada agradable, no tenía nada que ver con la costumbrista imagen del panadero y su horno. Yo estaba plantado frente a una cinta transportadora y llegaba a mi un trozo de masa cruda, ya cortada, fea y triste. Cogía una barrita de chocolate o de crema congelada de una caja de cartón, la colocaba sobre la masa y la envolvía con ella. Depositaba el producto sobre la cinta y este iba a parar a un gran congelador. Eso ocho horas al día, con el hilo musical de Los 40 Principales.

Para desayunos buenos, los de mi abuela. Chorizo con panceta y chistorra, o churros con chocolate. Domingos por la mañana, dominicales, el azúcar esparcido sobre el hule y la familia alrededor de la mesa. Hablo de hace mucho tiempo, claro; de cuando los domingo tenían mañana.

Sigo la rutina de rigor: le echo un ojo a Twitter, pongo algún “Me gusta” en Facebook y respondo un par de correos electrónicos con un “LOL” o un “WTF?”. Consulto la edición online del diario y le hecho un ojo a mi artículo de Mas. Más de lo mismo. Lo que me extraña es no haber recibido ninguna amenaza del hijoputa por lo de Puche. Busco en las páginas de cultura, sólo por curiosidad, o por inercia. Pero ahí está: una larga entrevista al gran poeta. Firmada por mi. Como si aquí no hubiera pasado nada.

Me desperezo y vamos al lío.

Subo al coche y sigo la línea blanca. De casa al trabajo, del trabajo a casa. ¿Recuerda a Emilio Aragón en los ochenta? ¿Aquella línea blanca que seguía semana tras semana, programa tras programa? Bien. Pues nadie recuerda a dónde le llevaba aquella puta línea.

Llego al trabajo. Los saludos, sonrisas y miradas de cada día. Ya no les presto ninguna atención. Sobre mi mesa está la grabadora y aún los cómics de Spiderman que compré ayer. En el monitor del ordenador, un post-it: FELICIDADES POR LO DE PUCHE. Lo firma Rodrigo, el hijoputa, y yo no entiendo nada. Consulto la web de El Imparcial y veo que el artículo sobre el famoso Puche tiene ya nueve mil visitas y va camino de romper algún récord. Recibo un whatsapp. Un don nadie, que me felicita. Otro whatsapp. Mi padre me escribe: BUEN ARTÍCULO. Llega un sms de un viejo rollo de una noche que me dice cosas guarras. Un talk de un exjefe se congratula de mi éxito. Mientras leo un e-mail de un antiguo profe de universidad me llegan dos decenas de correos más, todos con asuntos como FELICIDADES, CAMPEÓN o ESE ALBERTO. Me llama mi abuela y me dice que me quiere mucho, y me pregunta si ya como bien. Pere, un compañero, me da un par de palmaditas en la espalda y me felicita también. Alguien aplaude al fondo de la redacción. Oigo “¡Bravo!” y “¡Buen trabajo!”. Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Catalunya, retwittea mi artículo. En televisión, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, dimite, y dice en rueda de prensa: “Todo es verdad y lo siento”.

Paren máquinas. Voy a leer mi puto artículo.

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