Capítulo 4: ¡Acelere!

Bajo Via Laietania y entro en la tienda de cómics, eludiendo la responsabilidad del artículo y cualquier pensamiento sobre cómo lo voy a explicar y qué voy a hacer. En una regresión, me llevo unos tebeos de Spiderman que casi no recordaba. El dependiente me vuelve a dar la murga con que me compre lo último de Morrison y me apunta en su lista negra por no haber leído aún Civil War. Yo le digo que no entiendo esos tebeos, que sale demasiada gente y hay demasiadas letras. Y que los buenos actúan de una manera muy rara. No me comprende, y algunos de esos clientes que llevan camisetas con lemas como YO NO TRABAJO AQUÍ se unen al linchamiento.

Huyo. Subo a un taxi y le digo al conductor:

—¡Acelere!

Minutos después, me encuentro en la sede de Convergència i Unió, en la calle Còrsega, y estoy rodeado de abuelos con corbata, abuelas con pieles y jóvenes con jerséis y esteladas en pleno desenfreno. Se escuchan vítores, las banderas ondean, la música es estridente y la luz, cegadora. Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya, tras un atril, alza los brazos hacia el cielo y abraza a toda esta gente con un gesto simbólico. A mí también, y siento calor.

—¡Oiga! ¿Me escucha?
—¿Cómo?

El taxista me despierta con un par de bofetadas. Juraría que me ha estado examinando los ojos. Los tengo doloridos y acuosos.

—¡Ya hemos llegado!
—Perdone... Perdone, me he quedado dormido...
—Sí, dormido. ¡Dormido, dice! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

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