Capítulo 25: Lo que importa es el amor

Me despierto sobresaltado de un sueño revelador; la camiseta pegada al cuerpo, las sabanas empapadas en sudor. Seguro que conoce esa sensación de llevarse a la cama los problemas del día anterior, esos sueños angustiosos en los que uno continúa haciendo las cuentas de la renta, los números de la hipoteca, los exámenes de mates. Supongo que mientras dormimos continuamos buscando una solución a todo aquello que hemos dejado a medias. A veces funciona, a veces el subconsciente nos echa una mano, nos revela un detalle que habíamos pasado por alto.

Así que, como decía, me despierto sobresaltado, con la imagen de una cosa que había pasado por alto. Agarro el móvil, consulto el correo, accedo a la bandeja de entrada y busco el e-mail que llegó el 23 de noviembre de 2012, el mensaje que lo desencadenó todo. La clave que me ha revelado el sueño está en el remitente. Y compruebo que mi subconsciente tenía razón. En efecto, el mensaje proviene de aquella antigua cuenta que compartía sólo con Ana. Pero un ligero detalle me había pasado desapercibido: la dirección de procedencia no es la de Ana, es la mía propia. Y entonces tiemblo y vacilo al reparar en la fecha y comprobar que, en efecto, tal y como he soñado, el mensaje fue enviado el 25 de septiembre del año 2112.

Usted se preguntaría en esta situación cómo es posible, qué significa y otras cosas por el estilo. Pero debe tener en cuenta que hace unas horas vi morir a dos marcianos. Y está también lo de los viajes en el tiempo. El presidente de la Generalitat y el poeta de moda me reúnen en un sótano y me cuentan un rollo transtemporal que toma consistencia por momentos. Sí es así, de ser cierto todo esto, seguro que alguno de mis yos del futuro ya le habrá puesto al corriente sobre el tema de los viajes. Comprenda pues que mi concepción de la realidad, ahora mismo, se tambalea, y que algunas de mis reacciones no sean necesariamente lógicas. Entienda pues que lo que realmente me preocupa, lo que me come la cabeza, es: ¿A quién respondí el mensaje?

Así que accedo a la bandeja de salida y compruebo que, para bien o mal, en efecto, respondí a Ana. Y que lo hice el otro día, no dentro de cien años, ni hace quinientos. Y que ella me contestó en este plano espacio-temporal. Entienda que lo que importa es el amor, así que la llamo. Busco en mi antigua agenda de la universidad y la llamo, y, por aquellas cosas del destino, el número de móvil es el mismo hoy que ayer, y recuerdo que me lo sé de memoria:

—¿Si?
—¿Ana?
—Sí.
—Soy Alberto.

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