Capítulo 50: Jueves, 09:00

Oigo una melodía. Es un politono insoportable de esos de toda la vida, pero ya no sé si es una llamada, una alarma o una notificación de algo. No lo recuerdo ni lo identifico. Y no veo nada, no puedo abrir los ojos, y me duele la cabeza, como después de una buena borrachera. Hace frío y noto que voy desnudo y que sólo una fina sábana me cubre. La boca me sabe a rayos y está pastosa como el coño de una adolescente. La ropa de cama se hace un nudo entre mis piernas, el móvil no deja de sonar y acabo por caer al suelo, un poco nervioso, tengo que reconocerlo, porque no sé dónde estoy ni quién soy, si conservo todas las partes de mi cuerpo, si estoy vivo o muerto...

—¿Diga?
—¿David? ¡Joder, David! ¡Llevo una puta semana llamándote! ¿Dónde coño te has metido?
—Sí... ¿Quién es?
—Joder, estás otra vez borracho, cabrón. ¡Dúchate! ¡Dúchate y vuelve a llamarme, gilipollas!

Me ducho y poco a poco la realidad toma forma. Me llamo David González, tengo 33 años, soy periodista y vivo en Barcelona. Estoy en el paro desde hace dos años, pero voy tirando porque soy el último Premio Universo de Literatura Fantástica. Eso son unos diez mil euros, menos impuestos. Hoy es 12 de diciembre de 2013. Lo que no recuerdo exactamente es donde he estado la última semana, ni porque me encuentro como si me hubieran dado una paliza. Pero un montón de botellas vacías, colillas y bolsas de farmacia me dan algunas pistas.

La que me ha llamado es Lola, mi editora. No le caigo muy bien, ni ella tampoco a mí. Aunque me la follaría. Me la casco pensando en ello cada día. Estamos condenados a entenderos porque tengo un libro apalabrado con su editorial. Va con el premio; la publicación de una segunda novela. Así que ella está un poco obligada a editarme y yo un poco a escribir otro libro. No contaba con ello, la verdad. No veía la necesidad de escribir otro libro.

Mi primera novela se titula Plan de fuga. Trata de un hombre que no se encuentra a sí mismo y toda esa mierda. Emprende un viaje haca la iluminación en el que se encuentra con el mismo diablo y acaba metido en una trama terrorista china para acabar con el sistema capitalista. Por el camino, claro, se enamora, y es un amor imposible. La critica dijo cosas como “rompedora” o “González es el estandarte de una nueva generación de escritores”, pero eso son cosas que se dicen para vender libros. Vuelve a sonar el teléfono.

—Dime, Lola.
—¿Ya eres persona, o qué?
—Sí, sí... Dime...
—¿Dónde está la puta novela?
—Ya, casi... Ya casi está, me falta un final.
—¡Pues la quiero para ayer!
—Sólo me falta el final, y hacer algunos arreglos...
—¡Y una mierda! ¡Mándame lo que tengas!
—¡No, no! Eso no puede ser. No está lista.
—Mándame lo que tengas, David. No voy a imprimir una mierda sin sentido. Quiero ver lo que estas escribiendo.
—Eso no me parece...
—¡Me importa una mierda lo que te parezca! ¡No voy a publicar otra basura como Plan de fuga! ¡Envíame lo que tengas ya!

Pues eso, que no le caigo bien. Y mi primera novela le parece “una basura”. Así que entiendo que no le haga ninguna gracia publicar mi segundo libro. Ella no me votó en los premios Universo, votó por Marina Calpe y su novela sobre mujeres acomplejadas y menopausicas en un presente distópico gobernado por hombres de iglesia. Eso sí que era una mierda de las gordas.

De camino a la cocina le echo un ojo al móvil y está lleno de mensajes por leer. El Whatssap echa humo, tengo cientos de correos electrónicos y sólo pensar en entrar en Facebook me da pánico. Así que paso de todo eso.

La cocina está hasta arriba de platos por fregar, botellas vacías, vasos rotos y hojas de periódico. Hay restos de comida por todas partes y en el café flota una gran isla de moho, como en la historia aquella del Creepshow en la que unos adolescentes se lanzan a un lago y una mancha los devora. Pues así. Vacío la cafetera, le doy un fregado rápido y preparo café. Café recién hecho. Café caliente y cigarrillos. Levanto las persianas y un sol radiante de domingo me da los buenos días. Pero es jueves.

Al encender el ordenador, lo mismo. Un montón de mensajes, un montón de correos, una montaña de morralla imposible de afrontar. Puede que entre toda esa mierda haya alguna pista de lo que ha pasado esta semana, dónde he estado y con quién he hablado. Pero no tengo tiempo para eso, tengo una novela que acabar.

Freaky Life es una novela impublicable, al menos de momento. Un absoluto sinsentido sobre viajes en el tiempo y marcianos, con una historia de amor de por medio y una trama política de fondo. Supongo que al principio me pareció una buena idea, pero ahora mismo no creo que tenga forma. Intento pensar en ella y la trama se me escapa. Ni siquiera recuerdo el nombre de los personajes. No recuerdo qué he escrito, qué he descartado y qué es real. Porque, sí, he cometido ese estúpido error de mezclar mi vida en la trama. Joder, eso es una cagada. Todo el mundo lo sabe.

Abro el documento y compruebo que, satisfactoriamente, ya he escrito 49 capítulos y unas 130 páginas. “Bueno”, pienso, “eso ya se considera una novela corta”. “Sólo tengo que rematarla”. Y escribir un final no es muy difícil. Siempre es lo peor de un libro. De un libro o de lo que sea. Recuerdo muy pocos finales buenos. El Planeta de los Simios, eso sí era un final.

Enciendo la tele, porque me gusta trabajar con ruido de fondo, y Artur Mas anuncia la fecha para la consulta soberanista de Cataluña. Será el 9 de noviembre de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario