Capítulo 69: La guerra

Seis horas después, sostengo un fusil de asalto entre mis manos. Quema, como un tubo de escape, y tiene la fuerza de un rottweiler. Tengo a Claudia a mi lado, espalda con espalda. Ella sabe manejar esto mucho mejor. Ella sabe de qué va la cosa. Mata personas como si fueran hormigas. Y mata marcianos como si fueran perros. Suena como San Juan, pero mucho peor. Es la guerra total.

Hace seis horas Claudia nos ha rescatado de nuestra celda, a Ana y a mí. No ha llegado a tiempo de impedir que el famoso batallón viaje al año 2112 para evitar la creación de la máquina del tiempo. Pero está claro que, sí seguimos aquí, es que algo ha salido mal y que no lo han conseguido. Y no sólo eso. No sé qué coño habrán hecho allí Alberto y sus colegas, pero aquí se están abriendo fisuras espacio-temporales por todos lados. Creo que ya he matado siete u ocho veces a Artur Mas. Creo que incluso he matado a un hombre de las cavernas y a un par ingleses del siglo de las luces.

—Claudia, esto va a petar. No vamos a salir de aquí.

Casi todos han muerto. Ha muerto el señor Casals y toda su panda. Han muerto muchos de los nuestros. Ha muerto Ana y he llorado por ella.

—¡Claudia! ¡Joder! ¡No vamos a salir de aquí!

Ah, y un pequeño detalle: nos hundimos.

—Toma, Deivid.

Claudia me pasa un pequeño frasco de cristal que contiene un líquido de color rosa.

—¿Qué es esto?
—Bébelo. ¡Ya!

Y me lo bebo, como se beben las cosas cuando tu madre te dice que te las bebas. Sabe a guayaba.

—Alberto, te quiero.

Sé que sabe que yo no soy Alberto, pero que, de alguna manera, en algún momento, lo seré. Así que me digo que qué más da, que a la mierda todo, que lo que importa es el amor.

—Yo también te quiero, Claudia.

Y dejamos de disparar y la sangre deja de brotar y los ruidos cesan. Nos quedamos aquí plantados, impávidos ante una gran luz que entra por las ventanas de este monstruo submarino, una luz blanca como no hay nada en el mundo; intensa y cálida, que no ciega y que lo ensordece todo. Y esa luz hace que todo el mundo deje de disparar y la sangre deje de brotar y los ruidos cesen. Y mientras esa luz lo invade todo y se lo come todo, Claudia y yo nos besamos. Somos los últimos viajeros en el tiempo besándose.

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