Capítulo 6: Flashback #1

Ana, así se llamaba, fue un primer amor. No sería el primero, pero sí el último. El último primer amor, quiero decir. Como todos, supongo, he tenido muchos primeros amores; cuando aún íbamos a clase, llevábamos carpetas y cogíamos el tren cada mañana. Colegio, instituto, universidad... En aquella época, siempre era primavera.

Si tuviera que describir a Ana ahora, de manera detallada, no podría. Recuerdo poco más que sus grandes tetas, iluminadas por el sol que atravesaba los ventanales de la facultad. Pero seguramente las he idealizado, sus tetas, como  tantas otras cosas del pasado a las que es mejor no regresar. La recuerdo así, mordisqueando un boli Bic, con un jersey azul ajustado y su largo pelo negro, y sus grandes ojos marrones. Con esa luz de sol frío de la mañana. Trajín de folios, fotocopias, libros y promesas vacías.

Fui a la universidad no a aprender, sino a follar. Engañado por películas americanas de hermandades y animadoras rubias como Porky's o Los Albóndigas en remojo, creía que aquello de la universidad era un punto y aparte, la última estación antes de la madurez, la fiesta. Lo que pasa en la universidad se queda en la universidad. Y sí, bueno, allí se quedaron muchas cosas, pero no vi ninguna animadora rubia.

Fue allí donde conocí a Ana. Vivimos juntos un montón de tópicos baratos y decidí que aquello era amor, y que los primeros amores anteriores no habían sido tal cosa. Lo pasamos bien y fuimos demasiado jóvenes para sobrellevar el paso del tiempo, así que lo acabamos dejando, como se dejan las cosas que ya no importan. Sin más, sin dramas.

Pasó el tiempo y nada más.

Y ahora vuelve, con sus tetas al sol y su pelo negro y sus ojos marrones. Vuelve con este mensaje que es una señal de amor. Porque podría haberme llamado por teléfono, o me podría haber dejado un mensaje en el muro del Facebook, o un twitter, o un whatssapp, o lo que sea... ¿Ha intentado buscar a alguien por Internet? Joder, es lo más fácil del mundo. En media hora puedes encontrar su dirección, su teléfono o incluso su trabajo. Podría haberse presentado en la puerta de mi casa, o en la redacción, o en el bar en el que suelo tomarme la última copa. Pero no: me ha enviado un e-mail desde la cuenta de correo que compartíamos como símbolo de amor. Una cuenta que sólo conocíamos ella y yo. Era privada, era nuestra, era un mundo fuera del mundo.

Y ahora ha sido profanado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario