Capítulo 60: Grant

Al salir del lavabo me encuentro con Grant Morrison, que se lava las manos. Con sus gafas de sol y su esmoquin y su gesto impenetrable.

—¿Qué pasa, Grant?
—¿Qué pasa?

Me lavo las manos también. Los grifos son de oro y lo demás de un blanco marmóreo y hay mucha luz.

—Menuda fiesta...
—La fiesta del fin del mundo, tío.

Tengo un momento de duda, de bajón, de mal rollo.

—¿Esto está bien, Grant? ¿Es la única solución?
—No se me ocurre ninguna otra cosa mejor y a la vez tan bella y brillante.

Y nos seguimos lavando las manos y nos miramos de reojo a través del espejo, quizás desconfiados, quizás avergonzados. Grant tiene dedos de pianista.

—Oye, Grant. Nunca te lo he dicho, pero el Superman aquel que hiciste con Quietly era la leche.
—Ya, gracias. Muy apropiado.
—¿Si?
—Ya sabes, lo que te alimenta te destruye, tío.
—¿Lo que me alimenta te destruye? Creo que eso lo he oído antes en algún sitio...
—Bueno... Angelina Jolie lo lleva tatuado en la pelvis.
—Ah... debe de ser eso.
—Sí, eso debe de ser.

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