Capítulo 15: Un polvo de los malos

Tomo consciencia de mi mismo, así que supongo que ya he dejado de disfrutar, que esto es más bien un trámite para acabar la faena con un par de orejas al menos. La chica no está nada mal, la verdad. Menuda, delgada, de piel blanca como la Luna y pelo negro como la noche; con el símbolo de la Muerte de Neil Gaiman pintado en el ojo izquierdo. Un regalo para frikis. Así que será el alcohol, este incómodo retrete, el olor del servicio de señoras o ese insoportable tema de Arcade Fire a todo trapo. No oigo si gime, si grita, si disfruta o me maldice, así que simulo un orgasmo y le doy la puntilla. Ella me agarra la cabeza como si me quisiera y me la aplasta contra sus tetas, que son como pan de leche.

Pasan un par de minutos de la vergüenza. Me visto, se viste, evitamos la mirada. En un kleenex de color rosa me escribe su nombre y un número de teléfono. Claudia. Dice que se llama Claudia. Al abrir la puerta del lavabo me encuentro de frente a Nacho Vegas, el músico, con pose de antihéroe degollado y rodeado de jovenzuelas. Con su mirada me dice a gritos: “Hasta los perros se ponen tristes después de eyacular”.

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